TEXTOS


De lecturas y de amores…
por Andrea Martinoli
Dos por tres, llueve.
Pero aunque no llueva, aunque halla un sol que brille allá arriba, la ocasión siempre es buena para leer. Para contar. Para decir. Y la ocasión mejora cuando leemos, contamos y decimos a nuestros hijos. A niños. A pequeños. A jóvenes.
La familia es el gran lugar para el encuentro de libros, de palabras y de niños. Estamos tan apurados, tan ocupados y preocupados, que el tiempo para hablar se disuelve o no existe. Y ciertamente, los niños están ávidos de palabras. Diría que antes que los libros, están las palabras. Palabras que juegan en un trabalenguas, palabras que consuelan…
Las palabras amorosas
son las cuentas de un collar…
y saliendo las primeras,
van saliendo las demás…

Por eso es tan rico instalar un espacio donde se converse y donde la palabra imprima todo su fulgor. Y ovillar los hilos de la memoria. Entonces, preguntarle a los abuelos juegos de manos en italiano, o cantar canciones de cuna en idish, o rescatar coplitas criollas: todo ligado a diferentes momentos del día: al comer, al dormir, a la sobremesa…
Porque la tibieza de la voz de un adulto, esa sensación de burbuja protectora en la que te instala un cuento, es imborrable. Y tan necesaria en estos días…
Hay historias que nos encantan, y las contamos una vez, y otra, y otra….A los chicos les encanta que sus padres les cuenten muchas veces el mismo cuento, porque una vez que lo conocen, ya no deben preocuparse por el argumento, y entonces se pueden detener a observar los pequeños detalles: la boca, los movimientos del gesto, esas cejas, la curva de la nariz, los dientes, las manos…. Esa invitación a la alfombra voladora que nos suspende en un tiempo y un lugar donde todo es posible, y donde estamos imaginando febrilmente.
En ese pacto que se establece no entran corridas ni interrupciones ni lógica. Flotamos en un espacio que no duele. Y eso es inolvidable: aquellos niños que se duermen escuchando un cuento, seguramente sentirán una fortaleza mayor a la hora de enfrentar un problema. No porque el cuento nos enseñe soluciones, sino porque en ese espacio en que ocurrió el cuento, algo muy profundo se movió, y nos ubicamos de nuevo en el mundo con una mayor entereza.